viernes, 12 de febrero de 2010


Caminando por las calles desiertas en andenes olvidados, de una vida no elegida o, quizá la única que debió alcanzar, algunos pesos en el bolsillo, donde guarda devotamente los -te quiero- que encontró tirados en la acera, la madrugada de un domingo en la estación estancada de una existencia miserable, con los ojos desorbitados, la barba descuidada y crecida, el pelo desaliñado, un perro vagabundo siempre a su lado izquierdo, se le puede encontrar en las calles vacías, en la parte oscura de la avenida, vagando en compañía de aquel perro que fue abandonado y olvidado por sus amos, ambos corrieron con el mismo destino, fueron relegados por sus progenitores, por personas que prometieron estar presentes y terminaron dejándolos solos, haciéndose compañía uno al otro. Y… ¿Dónde están los amigos de aquel hombre abandonado, los que vociferaban -te quiero- sin siquiera sentirlo?... ¿Dónde esta aquella mujer tan quebrada como aquel miserable, la que sólo buscaba la plata de su bolsillo?...

Todos se fueron, cuando se acabo la cerveza, los cigarros y un techo donde atajarse el frío de la noche, fueron alejándose, haciéndose ajenos a él, cada día eran menos frecuentes las llamadas, hasta llegar el momento en que fueron nulas; ahora se encuentra ahí sentado sobre el asfalto acariciando a su fiel compañero, una botella de ron en su mano derecha que le ayuda a amortiguar los golpes de los recuerdos y la soledad que se han adherido a el convirtiéndose en su piel, de vez en cuando saca algún –te quiero- de su bolsillo agujerado, alguno que haya subsistido desde aquella madrugada donde los mendigo y le fueron arrojados cual perro se le lanza un hueso. Vaga en las noches desiertas, con la sonrisa pintada que deja asomar sus dientes amarillos, la mirada perdida en las épocas pasadas, los –Te Quiero- en su bolsillo y el perro siempre fiel a su lado izquierdo.

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